viernes, 27 de noviembre de 2009

Hacia la meta

En las Olimpiadas del 1968 que se llevaron a cabo en la Ciudad de México, hubo una carrera de larga distancia. Uno de los corredores fue un hombre que llego para participar desde Tanzania. Sucede que cuando estaba corriendo en una de las carreras, se cayó y se golpeo la pierna. Los competidores de este hombre empezaron a llegar a la línea final, pero no se veía ninguna señal de que venia el corredor de Tanzania. Cuando se dieron cuenta que todos los corredores habían cruzado la línea final, menos el hombre de Tanzania, pensaron que sin duda se había dado por vencido por causa de su herida. Ya los jueces habían empezado el proceso de concluir oficialmente la carrera, cuando de repente los reporteros y fotógrafos empezaron a moverse e irse hacia la línea de cruce final. De lejos, vieron a un hombre cojeando y sangrando. Era evidente que el hombre estaba bastante herido y en mucho dolor. ¡Era el corredor de Tanzania! Ya que había llegado como pudo y cruzo la línea final, todos a su alrededor le preguntaron porque no se quedo quieto donde se había caído para que los paramédicos atendieran sus heridas. El corredor de Tanzania respondió, "No me quede donde me caí, porque mi país no me envió desde Tanzania a México para empezar esta carrera. Me enviaron para terminar la carrera”.

El apóstol Pablo dijo en 1 Corintios 9:23-27
23 Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él.
24 ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.
25 Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.
26 Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire,
27 sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.